Annus horribilis. Así será recordado este año y no solamente por la estrepitosa caída del PIB sino también, más significativo aún, porque nuestra mezquina clase política dejó ir otro año para modificar el marco institucional en el cual nos desenvolvemos los agentes económicos. La consecuencia es obvia: México seguirá teniendo en los años por venir un desempeño económico notoriamente mediocre, caracterizado por muy bajas tasas de crecimiento, una incidencia de pobreza que difícilmente bajará y una distribución del ingreso cada vez más inequitativa, con el 0.001% más rico de la población aumentando su participación en el ingreso nacional. México es el país en el cual “no pasa nada” excepto, claro está, el esfuerzo de los poderes fácticos para mantener el statu quo que les permite apropiarse de una enorme cantidad de rentas a costa del bienestar de la mayor parte de los mexicanos.
Lo que observamos este año es simplemente la continuación de lo que se había se ha registrado en el pasado reciente: la inamovilidad de los privilegiados por el sistema político mexicano. Es esta ausencia de cambio en las estructuras del sistema político y económico del país lo que tiene postrada a la mayor parte de la población en un escenario de estancamiento intergeneracional del bienestar familiar. Para la mayor parte de los mexicanos sus perspectivas económicas son que, en el mejor de los casos, sus descendientes tendrán, a su misma edad, el mismo nivel de bienestar que ellos tienen ahora. Y esta situación solo puede denominarse de una manera: el absoluto fracaso de México como nación en el proceso de desarrollo económico.
México es el país donde no pasa nada. Se debería haber aprovechado este año crítico para imprimir un sentido de urgencia a la imperiosa necesidad de hacer las modificaciones en el esquema de incentivos que se derivan del marco legal y regulatorio para alinear estos con el objetivo de mayor crecimiento económico; simplemente no se hizo. Nos la pasamos un año escuchando declaraciones de funcionarios públicos, legisladores, empresarios y otros afirmado que ya es tiempo de hacer estas reformas, de que si no se hacen seguiremos perdiendo terreno en la arena internacional, siendo cada vez menos competitivos en materia de comercio internacional y como destino de la inversión extranjera. Puras habladurías y nada, absolutamente nada que se haya concretado, con excepción del cierre de
Perdimos la oportunidad de hacer una profunda reforma fiscal; en materia tributaria lo único que se hicieron fueron unos cuantos parches para salvar el año próximo mientras que por el lado del gasto los mexicanos observamos azorados como los políticos se apropiaron del botín de recursos públicos, particularmente los 32 reyezuelos que gobiernan cada una de las entidades federativas. Perdimos la oportunidad de hacer una reforma en telecomunicaciones, en energía, en lo laboral, en lo regulatorio, etcétera. Simplemente perdimos otro año.
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