lunes, 25 de enero de 2010
El bienestar de los consumidores
Es claro que cuando los mercados operan en un contexto de competencia, esto se traduce en que simultáneamente se maximiza el bienestar de los consumidores y de los productores. Es éste el arreglo institucional que permite, con el pleno ejercicio de la libertad para elegir, no solamente que cada agente económico maximice su nivel de bienestar sino también, es el que permite que simultáneamente se maximice el bienestar de la sociedad en su conjunto. Y es éste el que se traduce en un continuo y sostenido proceso de crecimiento económico.
Por el contrario, cuando existen significativas barreras de entrada y salida de los mercados, esto se traduce en que las empresas protegidas por la legislación y la regulación se apropien de rentas a costa del bienestar de los consumidores. A medida que los mercados se alejan de un esquema de competencia, los precios que enfrentan los consumidores tienden a ser más elevados, lo cual obviamente implica una reducción de su nivel de bienestar. Más aun, este tipo de barreras a la existencia de mercados competitivos tiende a inhibir la búsqueda por parte de las empresas de proceso que se traduzcan en una reducción de costos, aquellos procesos que incrementen la productividad factorial total, particularmente el cambio tecnológico. Además este tipo de barreras, al generar incentivos a la corrupción, desincentiva la inversión. En consecuencia, la existencia de barreras a la competencia se constituye como el principal elemento que inhibe el crecimiento económico sostenido y el desarrollo económico, inhibiendo por lo mismo los aumentos sostenidos en el bienestar de los consumidores.
En este sentido, muy poco se ha avanzado en materia legal y regulatoria para lograr una mayor competencia en los mercados, exceptuando quizás la reducción de aranceles que entró en vigor este año. Los agentes económicos privados seguimos enfrentando enormes barreras en diversos mercados y no parece que realmente exista la posibilidad de que éstas se reduzcan significativamente en el corto plazo, aun a pesar de la orden presidencial a sus secretarios de Estado para que eliminen toda aquella regulación federal que no tiene porqué existir, aunado a que la mayor parte de estas barreras son de carácter estatal y municipal y sobre las cuales el propio Presidente no tiene influencia.
Y así, mientras en el gobierno, particularmente en el Poder Legislativo y en los gobiernos locales, no cambie la filosofía que debe guiar sus actos, es decir proteger a los consumidores, México seguirá siendo una economía con bajo crecimiento económico y enormes pérdidas en el bienestar de los consumidores.
lunes, 18 de enero de 2010
Aqui no pasa nada...
miércoles, 6 de enero de 2010
¿Por qué celebramos?
-El primer artículo de 2010-
Iniciamos 2010, año en el que se “celebran” los doscientos años del inicio de la independencia y cien años del inicio de la guerra civil que asoló a México por casi una década. ¿Realmente estamos como para andar celebrando? Sin duda el nivel de bienestar de la población mexicana es hoy significativamente mayor que lo que era hace 200 o hace 100 años. Sin embargo, estamos muy lejos de haber logrado, después de tanto tiempo, el nivel de desarrollo económico que se hubiese podido tener dada la enorme cantidad de recursos naturales, nuestra posición geográfica y, sobretodo, de haber tenido desde la independencia un marco institucional que hubiese promovido la acumulación de riqueza en lugar del que hemos tenido, uno que históricamente ha promovido y premiado la búsqueda y apropiación de rentas.
En realidad, con una perspectiva de largo plazo, 200 años, hemos fracasado como país en el proceso de desarrollo económico. Hoy, el PIB por habitante apenas se acerca a los 10 mil dólares anuales, con una de las distribuciones del ingreso agregado más inequitativas del mundo y con casi la mitad de la población viviendo en una situación de pobreza patrimonial.
Pero vayamos a lo más reciente en la evolución de la economía mexicana, la primera década del siglo XXI. ¡Qué desastre! Otra década más que se pierde. A finales del siglo XX (el año 2000), el PIB real, con base 2003, ascendió a 7,520 miles de millones de pesos, siendo el PIB por habitante, también en pesos reales, de 77,131 pesos. Para finales de 2010, cuando acabe la década, se espera que el PIB llegue a 8,595 miles de millones de pesos, con el correspondiente PIB por habitante de 79,586 pesos. Así, en esta primera década del siglo XXI, el PIB agregado habrá crecido solamente en 14.3% y el PIB por habitante en 3.2%, lo que arroja tasas medias anuales de crecimiento de 1.4 y 0.3%. ¡Patético!
Los elementos que explican por qué México no crece ahí están, todos ellos girando alrededor de un notoriamente débil estado de derecho: derechos privados de propiedad ineficientemente definidos y peor aun ineficientemente protegidos, una significativa incertidumbre del cumplimiento de contratos, una excesiva e ineficiente regulación de los mercados que impone altas barreras de entrada y por lo mismo mercados poco competitivos, poderes fácticos (empresarios, sindicatos, partidos políticos, burócratas, etcétera) que se han apropiado de instituciones del Estado mexicano y que tienen como prioridad la apropiación de rentas, un enorme desperdicio de recursos públicos por parte del gobierno y más.
El resultado de tan deficiente diseño institucional es obvio: bajas tasas de acumulación de capital físico y humano, lo que junto con las muy bajas tasas de introducción de cambios tecnológicos se traduce en un estancamiento de la productividad de los factores de la producción y, consecuentemente, un también estancamiento del PIB por habitante. Estamos atorados en un arreglo institucional que inhibe el crecimiento y no parece que esto vaya a cambiar en el futuro cercano, no con los políticos que tenemos y cuya última preocupación es cambiar los incentivos hacia aquellos que promuevan la acumulación de riqueza.