miércoles, 6 de enero de 2010

¿Por qué celebramos?

-El primer artículo de 2010-

Iniciamos 2010, año en el que se “celebran” los doscientos años del inicio de la independencia y cien años del inicio de la guerra civil que asoló a México por casi una década. ¿Realmente estamos como para andar celebrando? Sin duda el nivel de bienestar de la población mexicana es hoy significativamente mayor que lo que era hace 200 o hace 100 años. Sin embargo, estamos muy lejos de haber logrado, después de tanto tiempo, el nivel de desarrollo económico que se hubiese podido tener dada la enorme cantidad de recursos naturales, nuestra posición geográfica y, sobretodo, de haber tenido desde la independencia un marco institucional que hubiese promovido la acumulación de riqueza en lugar del que hemos tenido, uno que históricamente ha promovido y premiado la búsqueda y apropiación de rentas.

En realidad, con una perspectiva de largo plazo, 200 años, hemos fracasado como país en el proceso de desarrollo económico. Hoy, el PIB por habitante apenas se acerca a los 10 mil dólares anuales, con una de las distribuciones del ingreso agregado más inequitativas del mundo y con casi la mitad de la población viviendo en una situación de pobreza patrimonial.

Pero vayamos a lo más reciente en la evolución de la economía mexicana, la primera década del siglo XXI. ¡Qué desastre! Otra década más que se pierde. A finales del siglo XX (el año 2000), el PIB real, con base 2003, ascendió a 7,520 miles de millones de pesos, siendo el PIB por habitante, también en pesos reales, de 77,131 pesos. Para finales de 2010, cuando acabe la década, se espera que el PIB llegue a 8,595 miles de millones de pesos, con el correspondiente PIB por habitante de 79,586 pesos. Así, en esta primera década del siglo XXI, el PIB agregado habrá crecido solamente en 14.3% y el PIB por habitante en 3.2%, lo que arroja tasas medias anuales de crecimiento de 1.4 y 0.3%. ¡Patético!

Los elementos que explican por qué México no crece ahí están, todos ellos girando alrededor de un notoriamente débil estado de derecho: derechos privados de propiedad ineficientemente definidos y peor aun ineficientemente protegidos, una significativa incertidumbre del cumplimiento de contratos, una excesiva e ineficiente regulación de los mercados que impone altas barreras de entrada y por lo mismo mercados poco competitivos, poderes fácticos (empresarios, sindicatos, partidos políticos, burócratas, etcétera) que se han apropiado de instituciones del Estado mexicano y que tienen como prioridad la apropiación de rentas, un enorme desperdicio de recursos públicos por parte del gobierno y más.

El resultado de tan deficiente diseño institucional es obvio: bajas tasas de acumulación de capital físico y humano, lo que junto con las muy bajas tasas de introducción de cambios tecnológicos se traduce en un estancamiento de la productividad de los factores de la producción y, consecuentemente, un también estancamiento del PIB por habitante. Estamos atorados en un arreglo institucional que inhibe el crecimiento y no parece que esto vaya a cambiar en el futuro cercano, no con los políticos que tenemos y cuya última preocupación es cambiar los incentivos hacia aquellos que promuevan la acumulación de riqueza.

Ya perdimos la primera década del siglo XXI. ¿Perderemos también la que sigue? ¿Por qué celebramos?

No hay comentarios:

Publicar un comentario