El crecimiento sostenido de cualquier economía se explica por dos elementos: el aumento en la cantidad de los factores de la producción, principalmente en el acervo de capital por trabajador y en las ganancias en productividad que se derivan particularmente de la incorporación de cambios tecnológicos en los procesos productivos así como del aprovechamiento de economías a escala. La economía mexicana lleva tres décadas sin experimentar un crecimiento económico sostenido, un crecimiento que se traduzca en un mayor PIB real por habitante y un mayor nivel de bienestar de la población por una razón básica: no ha habido en estos años un aumento significativo de la productividad.
El poco aumento que ha habido se deriva de que una parte de la mano de obra, principalmente aquellos que laboraban en la agricultura de subsistencia, han migrado a las zonas urbanas, empleándose en trabajos de mayor valor agregado. Muy poca ha sido la aportación de nuevas tecnologías que incrementen la productividad factorial total y menos aun el aumento en el tamaño de las empresas en operación que se traduzca en el aprovechamiento de potenciales economías a escala.
Existen en la economía mexicana diversos elementos que inhiben el crecimiento de la productividad y, por lo mismo, inhiben el crecimiento económico. Uno, sin duda importante, es la baja tasa de acumulación de capital humano entre la población aunado a la baja calidad de la educación que se imparte en el sistema educativo nacional. Una fuerza laboral con muy poco capital humano y, pero más aun, de calidad deficiente, se constituye como un elemento que inhibe la introducción de tecnologías modernas en la producción y, en consecuencia, inhibe el incremento de la productividad. Pelearse con el SNTE y otros sindicatos del sistema educativo es una misión imposible.
Un segundo elemento es la enorme maraña de regulaciones y trámites, ante todos los órdenes de gobierno, pero particularmente en los niveles estatal y municipal. Los muy altos costos de transacción que se derivan de ello, implican dos cosas. La primera es que para muchas empresas legalmente constituidas, crecer es demasiado costoso por lo que permanecen con un tamaño que les impide aprovechar economías a escala y, en la mayoría de los casos, operando con tecnologías obsoletas. La segunda es que muchas empresas optan por operar en la ilegalidad, en unidades de producción tan pequeñas que el único resultado es una muy baja productividad. Los llamados a una más eficiente regulación, han sido siempre palabras que se las lleva el viento; simplemente no hay algo significativo que se haya logrado en esta materia.
Uno tercero, ligado al anterior, es la existencia de un sistema de seguridad social dual, IMSS – seguro popular. Este sistema, por su propio diseño, promueve la informalidad ya que algunos trabajadores preferirán repartirse con sus empleadores los costos de estar afiliados al IMSS sin perder por ello, a través del seguro popular, el acceso a la atención médica. Es por lo mismo, deseable moverse hacia un sistema único de seguridad universal.
Uno más es la notable deficiencia en la protección de los derechos de propiedad intelectual, tanto por parte del ministerio público federal como del Poder Judicial Federal. La piratería de marcas y procesos es tan grave en México que se inhibe la introducción de nuevas tecnologías.
Y hay muchos más pero se acabó el espacio. Seguirá.
lunes, 21 de junio de 2010
lunes, 14 de junio de 2010
Cambio tecnológico
Es ampliamente reconocido que la principal fuente de un crecimiento económico sostenido es el avance tecnológico en los procesos de producción. La introducción de nuevas tecnologías de producción, que es equivalente a una reducción de costos, permite incrementar la cantidad y la calidad producida de bienes con los mismos recursos disponibles.
En la historia de la humanidad se pueden identificar tres grandes revoluciones tecnológicas. La primera, hace 8,000 años, fue la agrícola que implicó la aparición formal de la agricultura y que repercutió en una aceleración del crecimiento de la población y la aparición de las ciudades. La segunda es lo que se conoce como la revolución industrial hace alrededor de 300 años, misma que permitió la generación de rendimientos crecientes en la producción, la ampliación de la producción en procesos industriales caracterizados por la especialización. Finalmente, la tercera es la cibernética, misma que se empezó a generar hace 70 años. Estas tres revoluciones tecnológicas es lo que ha permitido un significativo incremento en el valor agregado de la producción mundial y, más importante aún, un aumento en el nivel de bienestar de la población.
En un mundo en donde impera la competencia, es claro que uno de los elementos que le permiten a las empresas mantener o inclusive aumentar su ventaja competitiva es una reducción de los costos de producción a través de la introducción del cambio tecnológico. Es por ello que están dispuestas a invertir recursos en el financiamiento de la investigación en ciencia y tecnología. Además, dado el reconocimiento que existe al nivel mundial de la importancia de fomentar el cambio tecnológico, es que los gobiernos destinan recursos públicos para el financiamiento de la investigación, particularmente a través de las universidades.
Así, podemos observar que en los países desarrollados al igual que en muchos de desarrollo medio alto, como Brasil, Corea del Sur, Israel, Chile, Rusia y otros, el gasto agregado en investigación es cercano al 3% del PIB. En México es de únicamente 0.4% del PIB. El argumento que tradicionalmente se utiliza para explicar el porqué en México se gasta tan poco en investigación científica y tecnológica es que el gobierno no destina loa suficientes recursos públicos a este rubro. Aunque el argumento tiene validez, no es suficiente. Hay, en realidad, un problema de incentivos.
¿Por qué las empresas en México, salvo muy pocas excepciones, simplemente no invierten en el desarrollo de nuevas tecnologías? ¿Por qué en México es extremadamente rara la realización de convenios entre empresas y universidades, en donde las primeras financian la investigación y obtienen los frutos del ingreso que se derivaría del desarrollo tecnológico? ¿Por qué el registro de nuevas patentes por parte de mexicanos, sean empresas o centros de investigación, es prácticamente inexistente? ¿Es un problema de falta de incentivos fiscales? ¿No existe una masa crítica de investigadores en ciencia y tecnología en el país?
Son preguntas que requieren una respuesta, porque lo sí es clara es la obsolescencia tecnológica en México, lo que explica en gran medida por qué durante las últimas dos décadas no ha habido un crecimiento de la productividad de los factores de la producción y por qué la economía no crece.
En la historia de la humanidad se pueden identificar tres grandes revoluciones tecnológicas. La primera, hace 8,000 años, fue la agrícola que implicó la aparición formal de la agricultura y que repercutió en una aceleración del crecimiento de la población y la aparición de las ciudades. La segunda es lo que se conoce como la revolución industrial hace alrededor de 300 años, misma que permitió la generación de rendimientos crecientes en la producción, la ampliación de la producción en procesos industriales caracterizados por la especialización. Finalmente, la tercera es la cibernética, misma que se empezó a generar hace 70 años. Estas tres revoluciones tecnológicas es lo que ha permitido un significativo incremento en el valor agregado de la producción mundial y, más importante aún, un aumento en el nivel de bienestar de la población.
En un mundo en donde impera la competencia, es claro que uno de los elementos que le permiten a las empresas mantener o inclusive aumentar su ventaja competitiva es una reducción de los costos de producción a través de la introducción del cambio tecnológico. Es por ello que están dispuestas a invertir recursos en el financiamiento de la investigación en ciencia y tecnología. Además, dado el reconocimiento que existe al nivel mundial de la importancia de fomentar el cambio tecnológico, es que los gobiernos destinan recursos públicos para el financiamiento de la investigación, particularmente a través de las universidades.
Así, podemos observar que en los países desarrollados al igual que en muchos de desarrollo medio alto, como Brasil, Corea del Sur, Israel, Chile, Rusia y otros, el gasto agregado en investigación es cercano al 3% del PIB. En México es de únicamente 0.4% del PIB. El argumento que tradicionalmente se utiliza para explicar el porqué en México se gasta tan poco en investigación científica y tecnológica es que el gobierno no destina loa suficientes recursos públicos a este rubro. Aunque el argumento tiene validez, no es suficiente. Hay, en realidad, un problema de incentivos.
¿Por qué las empresas en México, salvo muy pocas excepciones, simplemente no invierten en el desarrollo de nuevas tecnologías? ¿Por qué en México es extremadamente rara la realización de convenios entre empresas y universidades, en donde las primeras financian la investigación y obtienen los frutos del ingreso que se derivaría del desarrollo tecnológico? ¿Por qué el registro de nuevas patentes por parte de mexicanos, sean empresas o centros de investigación, es prácticamente inexistente? ¿Es un problema de falta de incentivos fiscales? ¿No existe una masa crítica de investigadores en ciencia y tecnología en el país?
Son preguntas que requieren una respuesta, porque lo sí es clara es la obsolescencia tecnológica en México, lo que explica en gran medida por qué durante las últimas dos décadas no ha habido un crecimiento de la productividad de los factores de la producción y por qué la economía no crece.
lunes, 7 de junio de 2010
Viernes 11 de junio
9:00 am. Silbatazo de inicio de la Copa Mundial de Futbol; México se paraliza para ver a 22 tarugos persiguiendo una pelotita con la ilusión de que ahora sí la van a hacer, que ahora sí van a jugar el elusivo quinto partido e inclusive, por qué no, llegar a ser campeones. Una inmensidad de mexicanos trae puesta la playera de la selección, la verde o la negra, legal o pirata, eso no importa. Lo que importa es dejar ver que ellos sí están con la selección, que ellos sí aman a este país. El honor de México está en juego y se disputa en un área de 7140 m2.
9:00 am; los restaurantes y bares están llenos, huevos fritos acompañados de un tequila y una cerveza bien fría. No importa que sean la nueve de la mañana; que juegue la selección mexicana de futbol lo justifica. Las oficinas y otros centros de trabajo, dejan de serlo; todos atentos a la televisión, al radio o a la internet, siguiendo las incidencias del juego. ¡Qué mejor momento para ir al banco, está vacio! El nerviosismo, la angustia, se deja ver en el rostro de los mexicanos. ¿Podremos? ¿Ganaremos o perderán?
Escenario 1: 10:45 am.; el partido acabó y de ganar la selección mexicana, una feliz marabunta se arrojará a las calles a festejar; el Paseo de la Reforma se cerrará porque hay una multitud en el Ángel de la Independencia; no importa que ya no estén allí los huesitos de los “héroes que nos dieron patria”. Casi nadie trabajará porque hay que festejar, ver de nuevo los goles, comentar lo buenos que son “nuestros muchachos”, todos ellos dirigidos por Javier Aguirre, todo un fregón. ¡Ganó México, qué fregones somos!
Ganó la selección; razón de más para seguir festejando a lo largo del día, dedicando otras dos horas del horario laboral para ver el partido entre Francia y Uruguay. Ganó México; ¡ahora sí la vamos a hacer! Y ya verán lo que haremos contra las otras dos selecciones de nuestro grupo.
Escenario 2: 10:45 am; el partido acabó y de perder la selección mexicana se sentirá, se palpará la tristeza que nos agobiará. Es tal la depresión que no habrá ganas de trabajar. Se comentará hasta el cansancio lo torpe que se vieron “nuestros muchachos”, lo amedrentados que se vieron frente a la selección del país anfitrión, lo mal que dirigió Javier Aguirre a la selección, los errores que cometió al elegir a los once iniciales y los cambios que debería haber hecho pero que no hizo, la parcialidad del árbitro a favor de los sudafricanos. ¡Perdió la selección; bola de güeyes! ¿Qué no entienden que el honor de México está en juego? ¿Qué no entienden que depositamos en ellos toda nuestra confianza y que nos defraudaron? Qué horror; ahora qué dirán de México. Y perdieron frente al presidente que se tomó la molestia de echarse el viaje solo para verlos jugar y darles su apoyo moral, ¡qué deshonra!
Perdió la selección; ni modo, pero no todo está perdido, todavía quedan los otros partidos contra Francia el 17 de junio y contra Uruguay el 22 de junio. Allí “nuestros muchachos se sacarán la espina que nos clavaron los sudafricanos”.
9:00 am; los restaurantes y bares están llenos, huevos fritos acompañados de un tequila y una cerveza bien fría. No importa que sean la nueve de la mañana; que juegue la selección mexicana de futbol lo justifica. Las oficinas y otros centros de trabajo, dejan de serlo; todos atentos a la televisión, al radio o a la internet, siguiendo las incidencias del juego. ¡Qué mejor momento para ir al banco, está vacio! El nerviosismo, la angustia, se deja ver en el rostro de los mexicanos. ¿Podremos? ¿Ganaremos o perderán?
Escenario 1: 10:45 am.; el partido acabó y de ganar la selección mexicana, una feliz marabunta se arrojará a las calles a festejar; el Paseo de la Reforma se cerrará porque hay una multitud en el Ángel de la Independencia; no importa que ya no estén allí los huesitos de los “héroes que nos dieron patria”. Casi nadie trabajará porque hay que festejar, ver de nuevo los goles, comentar lo buenos que son “nuestros muchachos”, todos ellos dirigidos por Javier Aguirre, todo un fregón. ¡Ganó México, qué fregones somos!
Ganó la selección; razón de más para seguir festejando a lo largo del día, dedicando otras dos horas del horario laboral para ver el partido entre Francia y Uruguay. Ganó México; ¡ahora sí la vamos a hacer! Y ya verán lo que haremos contra las otras dos selecciones de nuestro grupo.
Escenario 2: 10:45 am; el partido acabó y de perder la selección mexicana se sentirá, se palpará la tristeza que nos agobiará. Es tal la depresión que no habrá ganas de trabajar. Se comentará hasta el cansancio lo torpe que se vieron “nuestros muchachos”, lo amedrentados que se vieron frente a la selección del país anfitrión, lo mal que dirigió Javier Aguirre a la selección, los errores que cometió al elegir a los once iniciales y los cambios que debería haber hecho pero que no hizo, la parcialidad del árbitro a favor de los sudafricanos. ¡Perdió la selección; bola de güeyes! ¿Qué no entienden que el honor de México está en juego? ¿Qué no entienden que depositamos en ellos toda nuestra confianza y que nos defraudaron? Qué horror; ahora qué dirán de México. Y perdieron frente al presidente que se tomó la molestia de echarse el viaje solo para verlos jugar y darles su apoyo moral, ¡qué deshonra!
Perdió la selección; ni modo, pero no todo está perdido, todavía quedan los otros partidos contra Francia el 17 de junio y contra Uruguay el 22 de junio. Allí “nuestros muchachos se sacarán la espina que nos clavaron los sudafricanos”.
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