Ahora sí, el mesías y salvador del pueblo mexicano, Manuel Andrés López Obrador, el MALO, se sacó un 10 con vamos a “cambiar a México a través del amor”. Frase digna de Jesús en estas semanas Santa y de Pascua y con la seguramente ingresará al libro que algún día se escribirá “Las grandes frases de los mexicanos”. “Cambiar a México a través del amor” es indudablemente una verdadera joya, digna de cualquier Día de San Valentín. Y la pregunta es, ¿qué quiso transmitir? He ahí el misterio, porque apelar a las “buenas voluntades” para lograr un determinado objetivo social no es muy efectivo, excepto en sociedades con una alta cohesión social y solamente en épocas de crisis, elementos que están muy lejos de caracterizar a los mexicanos. Especulemos que quiso decir el Sr. López, con ese cambio de discurso, porque su anterior, apelando al odio claramente no le funcionó. Tres posibilidades.
Primera posibilidad, la inseguridad pública que nos agobia. El gobierno, en sus tres niveles, pero particularmente al nivel de los Estados y municipios, ha abdicado de su función que le da razón de ser que es proveer a los individuos seguridad para sus personas y sus bienes. Vivimos en un clima de inseguridad porque los delitos del fuero común se cometen con una enorme impunidad. Por otra parte, la guerra que el gobierno federal ha emprendido en contra del crimen organizado es una guerra que de entrada estaba perdida. “Querámonos los unos a los otros”, cohesionando el capital social en las poblaciones podría servir si la política de seguridad pública, incluida la labor de las fuerzas de seguridad, los ministerios públicos y los poderes judiciales, federal y estatales, fuesen efectivas en el combate a la delincuencia. Con pura “buena vibra” los problemas no se resuelven.
Segunda posibilidad para interpretar la frase del Sr. López: lograr el progreso económico, con un mayor nivel de bienestar de la población y una mayor equidad en la distribución de la riqueza y del ingreso. “Queriéndonos los unos a los otros”, por más amor que le tengamos a los vecinos y compañeros de trabajo, no se traduce en una mayor productividad, principal fuente de crecimiento económico. Por mayor voluntad que tengamos de ser buenas personas, cooperativos con quién nos rodean en el ámbito laboral o personal, no deriva en una mejora económica si las reglas del juego a las cuales nos enfrentamos como agentes económicos premian la baja productividad, si esas reglas van en contra del progreso económico. La “buena vibra” a la cual apela el Sr. López no va a cambiar esas reglas. Podríamos los 112 millones de mexicanos unirnos en una mega sesión de meditación yoga para tratar de atraer para México un mejor presente, pero sobretodo un mejor futuro, pero sería un ejercicio inútil ya que a final de cuentas los 628 legisladores federales no van a estar dispuestos a cambiar las reglas que nos incentiven, en lo individual y en el conjunto de la sociedad, para ser más productivos.
Y hay una tercera posibilidad: el discurso mesiánico populista que apela a que a la gente le gusta recibir regalos del gobierno. Si analizamos los 50 puntos renovados del Sr. López, hay regalos para todos, subsidios para todos y para todo. El único problema, pecatta minuta, es que los recursos con los que cuenta el gobierno son limitados. Pero no importa; porque de acuerdo con López, con amor todo se puede.
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