lunes, 19 de julio de 2010

Es desesperante

4 – 5%. ¿Crecimiento del PIB este año? Posiblemente sí, pero también es el rango de lo que se puede prever será el crecimiento acumulado del PIB por habitante durante el periodo 2007 – 2012, es decir durante el gobierno del Presidente Calderón. 4 – 5% acumulado implica una tasa promedio de crecimiento anual de menos de 1%, aunque influido en gran medida por la caída del PIB por habitante de 8% en el 2009 resultante de la significativa dependencia que la economía mexicana, particularmente en la industria manufacturera, tiene de la economía estadounidense. Sin embargo, aun eliminando ese annus horribilis, no deja de ser otro sexenio más que se pierde en lo que ya parece ser la quimera, obviamente inalcanzable, de un proceso sostenido de crecimiento económico.
Han sido 30 años en los cuales el PIB por habitante y el bienestar de la mayor parte de la población ha estado prácticamente estancado y a casi nadie, de los que están encargados del diseño e instrumentación de las políticas públicas, parecen importarles mucho. Discursos van y discursos vienen pero en realidad prácticamente poco se hace para revertir este estancamiento.
Todos los diagnósticos que se hacen sobre la economía mexicana, tanto internamente, incluido el que hace el propio gobierno federal, así como en el exterior (Banco Mundial, BID, OECD, CEPAL, Foro Económico Mundial, etcétera) coinciden en cuáles son los principales problemas estructurales que están impidiendo un mejor desempeño. El listado incluye: debilidad de las finanzas públicas, aunado a un diseño tributario que castiga el empleo, el ahorro y la inversión; un ejercicio ineficiente del presupuesto público; un sistema educativo diseñado para atender masas pero que ofrece un servicio de muy mala calidad; infraestructura de comunicaciones y transportes insuficiente, de mala calidad y cara; persistencia de monopolios y prácticas monopólicas en sectores claves de la economía como energía de hidrocarburos y eléctrica, telecomunicaciones, cemento, notarios, fútbol, etcétera; un mercado laboral notoriamente rígido derivado de una legislación obsoleta e ineficiente; una deficiente definición de los derechos privados de propiedad; una muy alta incidencia de piratería de marcas y procesos; un poder judicial que está plagado de corrupción e ineficiencia y que no garantiza imparcialmente y de forma eficiente y expedita el cumplimiento de los contratos; una excesiva e ineficiente regulación de los mercados, tanto al nivel federal como en los estados y los municipios; muy baja penetración del sistema financiero en la economía aunado al hecho de que el crédito sigue siendo muy caro; persistencia de altas barreras al comercio internacional con aquellos países con los cuales no existe un acuerdo de libre comercio; enorme impunidad, 97%, en la comisión de delitos del fuero común; una significativa inequidad en la distribución de la riqueza y del ingreso; etcétera. Dentro de todos estos diagnósticos, la única nota favorable es la relativamente baja tasa de inflación que ha significado dejar de imponer sobre la población el impuesto más regresivo que existe.
Ahí está el diagnóstico; todos lo conocen y las cosas simplemente no cambian, por lo que la economía sigue sin crecer. Y las cosas no cambian porque lo único que guía los actos de los políticos y de los gobernantes, incluido el mismo Presidente, es la rebatiña por el poder. Lo único que les interesa es quién ganará las siguientes elecciones y, en consecuencia, todo acto está condicionado a ello. Es desesperante.

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