martes, 13 de julio de 2010

Expectativas frustradas

Uno puede suponer, sin mucho temor a equivocarse, que en cada unidad familiar los padres buscarán asignar los recursos escasos de los que disponen para tratar de maximizar el nivel de bienestar conjunto de los miembros que la componen. Con el ingreso generado por aquellos miembros de la familia que laboran, se adquieren bienes en el mercado, mismos que se utilizan para producir dentro del hogar aquellos bienes que permitirán satisfacer algunas de las necesidades (no todas porque los recursos son escasos).
Por otra parte, en la decisión que se toma de cómo asignar esos recursos escasos, entra en juego la consideración de destinar algunos de ellos para que los hijos acumulen capital humano, principalmente a través del gasto destinado a la educación y a la salud. Los padres actúan de manera altruista, sacrificando consumo propio, porque el bienestar mismo de los hijos les genera a ellos satisfacción, por lo que puede afirmarse que su altruismo es en realidad una actitud egoísta.
La decisión altruista – egoísta de los padres, sacrificando consumo propio para destinar esos recursos a los hijos para que acumulen capital humano, tiene como único objetivo dotarlos de aquél recurso, el conocimiento acumulado, que les permitirá en el futuro incorporarse productivamente al mercado laboral. Los padres esperan que con ello el bienestar futuro de los hijos sea mayor que el que ellos tienen a la misma edad. Es el aumento del bienestar intergeneracional lo que denominamos como desarrollo económico.
México lleva casi tres décadas con un crecimiento económico notoriamente bajo, lo que se ha traducido en que el ingreso por habitante esté prácticamente estancado. Treinta años en los cuales no ha habido, para la mayor parte de los mexicanos, una mejora del bienestar intergeneracional. Las expectativas de lograr el desarrollo económico se han frustrado. Toda una generación de mexicanos sacrificada porque la economía no ha crecido.
Y el tiempo se agota. Dado el cambio demográfico que se está dando en México, en donde la participación de individuos menores de 15 años dentro de la población total está cayendo y simultáneamente está aumentando la participación de individuos mayores de 65 años, se ha traducido en lo que se le ha denominado como la “ventana de oportunidad demográfica” y que implica que hasta el 2021 el índice de dependencia, es decir cuanta gente trabajando mantiene a los menores de 15 años y a los mayores de 65 años, se irá reduciendo. A partir de ese año, el índice de dependencia empezará a aumentar y a menos que la economía empiece a crecer ya, a tasas elevadas y sostenidas, generando empleos formales y con una productividad cada vez mayor, el destino de México será el de un país de viejos pobres. Será también un país de pobres viejos, habiendo llegado a su retiro con las expectativas frustradas.
Queda nada más una década de oportunidad demográfica y seguimos perdiendo el tiempo. Estamos atorados, y vale la pena ser reiterativo, con un marco institucional que premia la apropiación de rentas. Y quienes están a cargo de hacer más eficiente este marco y alinear los incentivos con el objetivo de crecimiento económico, es decir los legisladores y los partidos políticos, solo están preocupados y ocupados de mantener el statu quo, aunque con ello solo sigan inhibiendo el crecimiento económico. Frustrante.

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