Se argumenta que una de las razones por las cuales la economía mexicana experimentó durante 2009 una disminución del PIB real de casi 7% es la fuerte dependencia que tiene nuestra economía con la estadounidense, particularmente a través de las exportaciones de bienes y servicios, principalmente las manufactureras. Se argumenta también que otras economías, como por ejemplo la brasileña, pudieron sortear con un menor impacto la crisis financiera internacional debido a tener un mayor mercado interno y una menor dependencia de las exportaciones como fuente de crecimiento. De ahí, se dice, es que es importante tener en México un mercado interno sólido. Supongamos que esto fuese así. ¿Cómo creamos un mercado interno más grande sin cerrar la economía?
La respuesta a esta pregunta no es sencilla, pero sin duda uno de los elementos que están detrás de un mercado interno sólido, en términos de una capacidad efectiva de demanda, es tener una clase media creciente y con un poder de compra y de ahorro cada vez mayor.
Un análisis de la historia económica reciente de México nos indica que durante la década de los sesentas del siglo pasado, se desarrolló una clase media cada vez más grande, sustentada en tres elementos. El primero fue la migración de las zonas rurales hacia las zonas urbanas que implicó un mayor número de trabajadores en actividades de mayor valor agregado. El segundo fue la relativamente alta tasa de crecimiento de la economía en su conjunto (casi 7% promedio para la década). El tercero fue la notable estabilidad macroeconómica que se experimentó, con una tasa de inflación promedio anual de menos de 4%.
Las decisiones que se tomaron durante la década de los setenta, es decir durante la docena trágica de Echeverría y López Portillo, particularmente en lo que respecta a las finanzas públicas y el financiamiento inflacionario del déficit fiscal acabaron con esto. Aunque la economía siguió creciendo durante esta década y hasta 1981, la aceleración de la inflación, el impuesto más distorsionante que el gobierno puede imponer, empezó a minar a la clase media. La crisis que se desató en 1982, a raíz de esa irresponsabilidad fiscal y monetaria aisló, para efectos prácticos, a la economía mexicana de los mercados mundiales de capitales, dando inicio a lo que se ha denominado como la década perdida de México (y de América Latina). Una década sin crecimiento económico y con una elevada y muy variable tasa de inflación, pulverizaron a la clase media y pauperizaron a una parte significativa de la población. La siguiente crisis, la de 1995, fue el último clavo en el ataúd de la clase media mexicana.
La relativa estabilidad macroeconómica que finalmente se ha alcanzado, con tasas de inflación anuales de menos de 5%, aunque todavía elevada dado que el objetivo inflacionario tiene que ser de 2% anual, ha significado que el gobierno ya no le está expropiando a los mexicanos una parte de su riqueza con el impuesto inflacionario, lo que ha permitido una paulatina recuperación de la clase media en México. Falta, sin embargo, el otro elemento: la productividad está estancada y la economía sigue sin crecer. Y hay otro factor adicional que es importante: México tiene una de las distribuciones de la riqueza y del ingreso más inequitativas del mundo.
Sigue la próxima semana.
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