Como en los viejos tiempos, cuando existían policías de barrio en la Ciudad de México que hacían sus rondas nocturnas, gritando cada hora a la hora para que los vecinos lo escucharan, como por ejemplo “las 12 y todo sereno”, parecería que en el México de hoy todo está sereno; parecería que vivimos en un país en donde no sucede nada relevante de ser comentado, nada que se salga de lo habitual.
¿Qué es lo habitual que ya ni siquiera llama la atención? El campeonato del fútbol mexicano, dominado por un cartel monopsónico que opera en abierta violación de los artículos 5, 28 y 123 de la Constitución, es igual de mediocre y aburrido que todos los años; los asesinatos entre diferentes carteles del crimen organizado se siguen acumulando, unos días más que otros pero nada que ya no sea común; un día sí y al otro también asesinan a alcaldes o policías municipales o se les acusa de estar coaligados con el crimen organizado, pero a nadie realmente le importa o le sorprende; la corrupción gubernamental sigue igual o peor que siempre, pero a nadie le importa, menos aun a la Secretaría de la Función Pública, a la Auditoría Superior de la Federación, a la PGR o a las procuradurías estatales; en el Congreso de la Unión discuten temas intrascendentes, mientras que los que realmente importan son “demasiado delicados” para abordarlos porque lo único que importa es como aparecer ante el electorado en las siguientes elecciones; los gobiernos estatales y municipales siguen ejerciendo el poder y el gasto público con la mayor opacidad posible y nadie reclama; la piratería sigue tan campante como siempre y la PGR, “solo mirando”; la delincuencia, en delitos del fuero común, sigue actuando con el mismo grado de impunidad y las policías, procuradurías y juzgados estatales, como si no existieran; los servicios de educación y salud pública están por la calle de la amargura, pero nadie reclama; al interior de los diferentes partidos políticos se “agarran hasta con el cucharón” para hacerse del poder, pero es en realidad irrelevante.
En fin, en México todo está sereno; está tan sereno que el resto del mundo avanza a una velocidad que en esta época no es muy acelerada, pero que vista desde nuestro estancamiento, parece ser vertiginosa. Tres décadas de estancamiento en el PIB por habitante, seis lustros en donde el bienestar de la mayor parte de la población no ha mejorado, 30 años en donde la población ha visto frustrada, una y otra vez, la esperanza de una mejora en su nivel de bienestar presente, pero más aun en el bienestar de las generaciones futuras. 30 años en lo cuales hemos desperdiciado como país, en repetidas ocasiones, la oportunidad de meternos en una senda de desarrollo económico sostenido.
Después de todos estos años de estancamiento, ¿qué se requiere para romper el impasse? Nuestro sistema democrático, aunque bienvenido como sistema electoral, está diseñado para que no suceda nada relevante, al menos no en lo que importa que es hacer los cambios estructurales que nos permitan como país retomar de manera sostenida el crecimiento económico. Es obvio que se requiere un cambio significativo de las reglas de juego y movernos hacia un sistema en donde predomine la rendición de cuentas. De lo contrario, seguiremos en la serenidad; pobres pero serenos.
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