El arreglo institucional en el que vivimos los mexicanos está diseñado para que el horizonte de planeación, tanto en el sector público como en el sector privado, tienda a ser uno de corto plazo. Importa solo lo que va a pasar inmediatamente, el mes próximo, el próximo año; es extremadamente raro escuchar algún planteamiento sobre el futuro más lejano, una visión sobre lo que se espera de este país en las próximas décadas.
En el ámbito político es en donde es más notoria la visión de corto plazo que se tiene. Importa la siguiente elección, la ganancia política inmediata, la rebatiña por el presupuesto anual para mantener o inclusive aumentar el poder político que cada quien tiene en su propio feudo, sean estos secretarios de estado, gobernadores o presidentes municipales, sin importar realmente si el gasto que se va a ejercer es socialmente rentable; el único criterio que importa es si el gasto que se ejerce es políticamente rentable. México es un país que carece de políticos que tengan visión de Estado. Es la ausencia de estadistas lo que conduce a una frustrante parálisis en el ejercicio del poder público, una inamovilidad que impide que se concreten las reformas estructurales que se requieren para que el país pueda crecer a tasas más elevadas. Nunca es momento de hacer estas reformas porque “el costo político” es “demasiado elevado” y nadie está dispuesto a asumirlo.
Mientras el resto del mundo avanza, aquí seguimos trabados en discusiones intrascendentes que no llevan a ninguna parte y que se reflejan en que México sigue perdiendo lugares en los diferentes índices de competitividad internacional. Ejemplos abundan. La atención política está centrada en la elección del próximo año en el Estado de México y sus posibles implicaciones para la elección presidencial del 2012 y es lo único que al parecer importa. En materia económica, reformas cruciales para el desarrollo del país que están atoradas en el Congreso: la laboral, la energética, la educativa, la de competencia económica, la tributaria, la judicial, la del sistema de seguridad social, etcétera. Llevamos años discutiendo todas estas reformas, haciendo y rehaciendo el diagnóstico y ninguna se concreta. Y el resultado ahí está: año tras año, tasas mediocres de crecimiento económico.
El sector privado tampoco se escapa de tener esta visión de corto plazo. Por lo deficiente e ineficiente del marco institucional prevaleciente, particularmente en cuanto a la certeza jurídica que garantice y proteja los derechos privados de propiedad, las inversiones se hacen con un horizonte de planeación que rara vez supera los tres o cinco años y lo que importa es la ganancia inmediata, recuperar lo más rápidamente posible la inversión realizada.
Es obvio que se requiere una modificación de fondo. No podemos, como país, seguir atorados en esta visión en donde lo único que importa es el corto plazo. No podemos darnos ese lujo porque el tiempo se agota. Ya perdimos 10 años de la “ventana de oportunidad demográfica” y solo nos quedan otros 10. Si no se aprovecha esta década para hacer todos aquellos cambios que se requieren para hacer a la economía una más eficiente, una más atractiva para la inversión, México estará condenado a ser un país pobre, de viejos pobres y las generaciones futuras vivirán en la frustración de ver como una y otra vez se desperdiciaron las oportunidades de desarrollo económico.
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