Casi como en el Apocalipsis, cuatro jinetes están asolando México y, aunque no lo están destruyendo (aunque quizás sí), sí es tal la carcomida que están causando que nos mantienen atrapados en la mediocridad. Estos cuatro jinetes son la ausencia de competencia en mercados claves de la economía, la inseguridad que prevalece sobre los derechos privados de propiedad, la corrupción gubernamental y, cabalgando en el corcel más fuerte, sosteniendo e impulsando a los tres anteriores, los políticos.
Primero, sectores de la economía que son claves para el crecimiento y el bienestar de los consumidores están monopolizados, sean estos de carácter gubernamental o privado. En el sector de energía, los mexicanos pagamos uno de los niveles de precios más altos del mundo, sobre todo cuando contabilizamos en el precio aquella parte de los impuestos federales que el gobierno le transfiere a las empresas paraestatales más el costo de oportunidad que representa el derroche de la renta petrolera en gastos inútiles. De manera similar, en el sector privado, sectores que son claves como telecomunicaciones, cemento, transporte, trámites notariales, etcétera, operan bajo prácticas monopólicas, inhibiendo el crecimiento económico y, más aun, generando a los consumidores una significativa pérdida de bienestar. La Comisión Federal de Competencia necesita más fuerza y, sin embargo, los políticos lo impiden, particularmente aquellos en la Comisión de Economía de la Cámara de Diputados, quienes han bloqueado en diversas ocasiones las modificaciones que se requieren en la Ley Federal de Competencia Económica.
Segundo, la impunidad con la cual se cometen los delitos en este país es inaudita; solo 3% de los delitos del fuero común terminan en una condena. Homicidios, asaltos, robos, secuestros, fraude, extorsión, etcétera, son todos delitos que atentan en contra de los derechos privados de propiedad. La ineficiencia de los cuerpos de seguridad pública, la ineptitud y corrupción de los ministerios públicos y, en muchas ocasiones de los juzgados, se traduce en que los mexicanos estamos inermes ante los delincuentes. Este enorme grado de impunidad es, finalmente, un juego de suma negativa; el país como un todo pierde porque se invierte menos y se crece menos.
Tercero, vivimos asolados por una enorme incidencia de corrupción en todos los niveles del gobierno, desde la clásica mordida al policía hasta la exigencia de un pago por otorgar un contrato de obra pública. La corrupción gubernamental, definida como la utilización del poder público para obtener un beneficio personal, no es más que la extracción por parte de un funcionario público de una parte del ingreso de la población así como de una parte de las utilidades que genera un proyecto privado de inversión. Nuevamente, un juego de suma negativa con un alto costo social.
Y finalmente, encabezando la cabalgata apocalíptica, los políticos. Rentistas que buscan maximizar su bienestar a costa del bienestar de la población, negados a rendir cuentas por sus actos, impidiendo cualquier reforma que les reduzca sus privilegios, bloqueando prácticamente todos aquellos cambios que harían a la economía más eficiente y productiva, generadores y beneficiarios de la corrupción, protegiendo a rentistas privados como monopolios y sindicatos y más, lo que los hace ser acreedores del desprecio de la población.
Cuatro jinetes que han secuestrado a México y lo mantienen en la mediocridad.
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