Vivimos azotados; hay varios elementos en nuestra realidad cotidiana que derivan en muy altos costos de transacción y que, en consecuencia, inhiben el progreso económico. Un rápido recuento de algunos de estos.
Primero, sin duda uno de los más importantes, es la corrupción que asola a este país. Tenemos la corrupción metida en una gran parte de la vida nacional, principalmente en el ámbito de la acción gubernamental, aunque en el sector privado también se presenta este fenómeno. Pagos para “agilizar” cualquier trámite, sobornos para obtener un contrato de obra pública o de abastecimiento, pagos para evadir una multa, pagos para que se lleven la basura de los hogares y de las oficinas, sobornos para entorpecer o en el mejor de los casos comprar la decisión de un juez, pagos y más pagos. ¿A cuánto asciende la corrupción en México y cuánto nos cuesta en términos de crecimiento económico? Sin duda mucho. Desde el gobierno del presidente de la Madrid vivimos en la eterna “renovación moral”; gobiernos llegan y gobiernos se van, federales, estatales y municipales prometiendo siempre que “lucharán a brazo partido en contra de este flagelo” y la corrupción simplemente sigue azotando a México.
Segundo, la inseguridad y no solo la relacionada con el crimen organizado. Esta, aunque significativa, no es la más importante. Homicidios, asaltos, robos, violaciones, fraudes, todos ellos delitos del fuero común se siguen cometiendo con enorme impunidad. Policías, ministerios públicos, secretarios de los juzgados y los propios jueces, ineficientes y corruptos. La inseguridad con la que vivimos en México cuesta. ¿Cuánto se deja de invertir y en consecuencia de crecer porque simple y sencillamente el gobierno abdicó de su principal función que es la de proteger a los ciudadanos en contra de actos de terceros que violenten sus derechos de propiedad? Sin duda mucho.
Tercero, la excesiva, ineficaz e ineficiente regulación gubernamental. Permisos que hay que obtener para todo, para cualquier cosa, en procesos diseñados expresamente para hacerle las cosas difíciles a quién tiene que obtener tal o cual permiso o licencia. Tiempo, que tiene un alto costo de oportunidad, perdido en la realización de trámites múltiples y la más de las veces simplemente estúpidos, además de que, complementando lo arriba señalado, caracterizado por una alta incidencia de corrupción. ¿Cuánto no se invierte y cuánto crecimiento se sacrifica simplemente por esta excesiva regulación? Sin duda, muchísimo.
Cuarto, aunque no parezca un azote, en realidad sí lo es y es lo relativo al cumplimiento de las obligaciones tributarias. Pagar impuestos federales en México es un verdadero vía crucis. Nuestras leyes tributarias y el Código Fiscal de la Federación son solamente para “iniciados”; tal parecería que todos estos preceptos legales están redactados por abogados fiscalistas y contadores para hacer imprescindibles sus servicios. La enorme cantidad de horas y de personal que las empresas dedican para el cumplimiento de las obligaciones tributarias es de los más elevados del mundo y eso, sin duda cuesta, y mucho.
Y quinto, reiterativo sobre lo que ya he mencionado, la enorme cantidad de rentistas que tienen secuestrado al país. Partidos políticos, políticos, burócratas, sindicatos, empresarios con poder monopólico. Todos ellos se apropian de un porcentaje del ingreso nacional que no les correspondería dada su aportación a la generación de ese ingreso. Y eso cuesta.
Con tales azotes, ¿por qué nos sigue sorprendiendo el atraso y pobreza de México?
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